Actualmente valoramos mucho el culto por la mente y por el cuerpo prácticamente a partes iguales. Gimnasios llenos, sesiones de spa, clases de pilates, tratamientos de belleza… Es algo esencial en nuestras vidas. 

Pero ya venía sucediendo hace siglos, aunque de forma diferente. 

Los balnearios datan de la antigua Grecia, concretamente del Año 25 antes de Cristo es conocido el origen de las primeras termas de origen público y hoy queremos conocer un poco más acerca de esta práctica dedicada al esparcimiento y medicina corporal en España.

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Los balnearios son lugares idóneos para dejar los problemas atrás, centrarnos en nosotros y relajarnos, además de cuidarnos en cuerpo y mente. Pero quizás nunca te has cuestionado desde cuando es posible realizar estas prácticas con aguas termales. 

Sus inicios se remontan a la antigua Grecia como comentábamos anteriormente, cuando el emperador Agripa diseñó las primeras termas, pero en España tiene un origen algo anterior si cabe. 

El beneficio encontrado en nuestro país en las aguas fue usado por los romanos, que creaban construcciones para cuidar el cuerpo y tratar enfermedades. Pero la Iglesia no vio con buenos ojos esta práctica termal en su momento y, llegada la Edad Media, fue decayendo su disfrute debido a ello. 

El Termalismo, pese a hacer hincapié en la idea del culto al cuerpo y a la mente, estaba mal visto por el clero. Fue desechado como práctica social y solo sobrevivió en centros de prostitución, lo que le concedió mala fama durante mucho tiempo en nuestro país. 

Lógicamente, como ocurre con muchas tendencias y fenómenos, vuelve a resurgir con el tiempo y el paso de época. Fue el caso de las aguas termales, que en el siglo XVIII fue de nuevo extendiéndose su uso entre distintas capas sociales mejor vistas de la sociedad, aunque nunca sin llegar a ser un fenómeno de masas. 

El interés, de nuevo, por el termalismo se debió, en primer lugar, por el higienismo. Esto quiere decir que, gracias a numerosos médicos de la época, se le concedió al termalismo una seña de identidad terapéutica, pero también una forma de evitar enfermedades y asearnos de forma más saludable y natural. 

En segundo lugar, la práctica de las aguas termales se extendió por los avances en el campo de la Química. Estos nuevos descubrimientos, que iban surgiendo a finales del siglo XVIII y principios del XIX, contribuyeron a que se valorara más positivamente las aguas minerales. 

Al analizar más profundamente estas aguas, se potenció la calidad que ya poseían y se le dieron el valor que les correspondía en la sociedad como método de curación de muchas enfermedades. 

Gracias a los escritos de médicos higienistas, que se guiaron por los avances en la Química, se observa no solo en España, sino en toda Europa, una mayor confianza con las aguas termales y sus propiedades curativas. 

Y el incremento de su uso, así como de la aparición de nuevos balnearios no ha dejado de ser constante y en alza, pues cada vez son más los adeptos que eligen salud mental y corporal, todo en uno, que se puede conseguir fácilmente al acudir a un centro de aguas termales.

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